UNA SOLA SALUD, LA DEL PLANETA
Para el ser humano, conservar la salud ha constituido siempre uno de sus principales objetivos. No digamos en estos tiempos inciertos, donde la pandemia nos ha llevado a multiplicar las precauciones, con nuestra salud y la de nuestros allegados en el punto de mira. Sin embargo, vamos vislumbrando que la salud humana está mucho más conectada de lo que nos imaginábamos con la salud natural, incluyendo el estado de los ecosistemas y de las especies que los habitan.
El que algunos virus, como el Ébola, mosquitos transmisores o garrapatas se hayan encontrado en zonas recientemente deforestadas, nos habla ya de que una naturaleza bien conservada puede ser nuestra mejor protección. Y el que en los mercados “húmedos” convivan animales estresados en penosas condiciones, supone un grave factor de riesgo para que los virus salten entre especies y lleguen, finalmente, hasta nosotros.
Sería ya muy miope el que los humanos nos mirásemos solo hacia adentro sin considerar lo que ocurre en nuestro entorno. Porque la naturaleza es más que un decorado, es todo un sistema de complejas interrelaciones que controlan los mecanismos vitales impidiendo desórdenes, como el que ciertos microorganismos proliferen, siempre que estén integrados en el hábitat global. Si, inconsciente o deliberadamente, los destruimos, trasladamos el peligro a las puertas de nuestra casa, generando riegos imprevisibles y desconocidos.
Este comportamiento insensato, fruto de la ignorancia o la codicia, se acentúa con el cambio climático y sus incertidumbres, una de ellas la fusión del suelo helado del hemisferio norte, el permafrost, que puede dejar al descubierto una amplia cantidad de bacterias y virus. Antes de continuar transitando por caminos de riesgo, urge un cambio de mentalidad y de hábitos al que todas las instituciones deben acudir. Tanto las científicas como las sanitarias lo recuerdan, y entroncan con lo que la educación ambiental viene promoviendo desde tiempo atrás: cambiar de valores que sustituyan lo superficial y frívolo, asociados con la indiferencia y el consumo, por la responsabilidad, el respeto hacia la vida, el compromiso con el mundo, la sencillez, la solidaridad con los vulnerables…, además de actitudes más profundas como la gratitud, el asombro o la unidad con el entorno.
Quizás estas propuestas no figuren en los proyectos políticos –aunque todo buen político debiera considerarlas- por lo que corresponde a la sociedad civil tomar protagonismo para que, desde la ciencia, la educación, las asociaciones, los medios de comunicación…, se afirme con claridad este necesario cambio de paradigma que conduzca a sujetos más fraternales en la convivencia y más sensibilizados en lo ecológico. Que sepan exigir sociedades justas, participativas y transparentes, respetuosas con el medio, lo que comenzaría por renaturalizar buena parte de los espacios perdidos dentro y fuera de los ámbitos urbanos, donde hoy vive la mayor parte de la población.
Proteger lo que nos protege (la atmósfera, el suelo, el clima) debe ser la consigna. Y saber que sólo hay una salud, la de todo el planeta: si algún eslabón falla, los demás lo sufriremos. Aprendamos la lección y salgamos diferentes, dispuestos a vivir de otra manera, más integrada, inteligente y agradecida.