Los animales y sus sentimientos (Parte I) – Revista OTWO Abril de 2023

Artículo publicado en nuestra sección Hábitat COAMBA de la revista OTWO nº 45 del mes de abril de 2023. Desde la Página Nº 34 a la 59.

Autores:

  • Miguel Óscar García Fernández: Ambientólogo, Máster en Análisis y Prevención del Crimen, Experto en Criminología Medioambiental, Experto en Gestión de Residuos y Economía Circular y Perito Ambiental. Colegiado COAMBA 1556.
  • Victoria Cedrún Gago: Licenciada en Ciencias Empresariales, experta en bienestar animal y colaboradora con diferentes organizaciones nacionales que trabajan a favor de los derechos de los animales.

A nadie le cabe ninguna duda de que los «animales humanos» somos seres sintientes, conscientes de lo que nos rodea y con capacidad de experimentar emociones, pero ¿qué sucede con los animales no humanos?

La calificación de todos los animales como seres sintientes en el Tratado de Lisboa aprobado el 13 diciembre en 2007, constituyó una innovación con importantísimas consecuencias, tanto jurídicas como prácticas, en los ordenamientos jurídicos de los países miembros. Su artículo 13 califica de forma clara y sin ningún género de dudas a los animales como sentient beings, o seres sintientes. Es decir, seres vivos, no sólo «sensibles», sino sintientes o con capacidad de sentir, un concepto mucho más amplio, y que identifica a todos los animales (humanos y no humanos), diferenciándonos de los vegetales.

El término sintiencia es usado para significar que el individuo tiene la capacidad de sentir, sufrir y tener emociones que incluyen dolor, angustia, sufrimiento, placer, saber qué pasa alrededor, tener capacidades cognitivas y consciencia. Gracias al avance de la etología, las neurociencias y la tecnología podemos observar secuencias de comportamiento complejas que pueden proporcionar evidencia de la presencia de esta capacidad cognitiva y reacciones emocionales en los animales.

Reconociendo que la conciencia en los animales no es algo obvio para la sociedad, el 7 de julio de 2012, un prominente grupo internacional de neurocientíficos de primer nivel, de renombradas instituciones y ante la presencia del científico Stephen Hawking, se reunió en la Universidad de Cambridge para firmar la conocida como Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, puntualizando que «los animales no humanos (…) poseen substratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados de conciencia (córtex prefrontal, núcleo accumbens, amígdala, área tegmental ventral y núcleos del rafe), junto con la capacidad de exhibir comportamientos intencionales» y concluyendo que «… el peso de la evidencia indica que los humanos no somos los únicos en poseer la base neurológica que da lugar a la consciencia. Los animales no humanos, incluyendo a todos los mamíferos y aves, y otras muchas criaturas, entre las que se encuentran los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos».

Más recientemente, en abril de 2017, se publica un informe titulado «Consciencia Animal» que sintetiza los resultados de un trabajo de evaluación multidisciplinar llevado a cabo por el INRA (Instituto Nacional de la Investigación Agronómica de Francia) a petición de la Unidad de «Salud y bienestar de los animales» de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Para realizar este trabajo de evaluación, el INRA movilizó a 17 investigadores franceses de diversas disciplinas: biólogos, filósofos, sociólogos y juristas, que examinaron la bibliografía internacional existente en la materia desde 2010 y, finalmente, consideraron 659 referencias. El informe concluye que «Los animales manifiestan comportamientos que demuestran su capacidad de experimentar emociones, su habilidad de buscar información cuando se presenta la necesidad y también de procesar el pasado y el futuro. El estudio del comportamiento social de los animales y de las relaciones humano-animal indican la existencia de diferentes formas de consciencia con niveles de complejidad variables».

De esta manera queda ya evidenciada la presencia de consciencia en los animales, y admitida su capacidad de sentir felicidad, miedo, dolor, así como emociones positivas y negativas. Y, por tanto, resulta consecuente para los animales humanos aceptar la responsabilidad de proteger el bienestar de todos los animales, incluso los que se encuentran en cautividad, los destinados a la producción e incluso experimentación.

Sintiencia en vertebrados

  • Mamíferos

Decenas de millones de roedores son usados anualmente en experimentos biomédicos; de hecho, las ratas y los ratones son los animales «usados» más comúnmente. Realmente no existe un límite a lo que le pueden hacer a estos animales, independientemente de lo doloroso o insensato que sea. Pero, al igual que otros mamíferos —incluidos los perros y los primates— las ratas y los ratones experimentan sentimientos de placer, temor, dolor y sufrimiento.

Los datos neurobiológicos recopilados de animales jugando proporcionan evidencia de que el juego es placentero para ellos, y se ha demostrado que los conejos, perros, alces, búfalos, elefantes primates disfrutan del juego. Las ratas no son una excepción. No solo disfrutan del juego, sino que también lo anticipan y se ha demostrado que tienen una mayor actividad de la dopamina en sus cerebros cuando saben que hay un juego inminente.

Ovejas, cabras, bovinos y cerdos son usados en experimentos que investigan una amplia gama de condiciones que incluyen fracturas, enfermedades respiratorias, traumatismo de la columna vertebral y quemaduras. Un conjunto de evidencias atestigua su capacidad de sentir emociones tanto positivas como negativas.

Las ovejas pueden anticipar recompensas, reaccionar con decepción cuando no la reciben y experimentar una variedad de emociones que incluyen miedo, enojo, aburrimiento, repulsión y felicidad.

Las cabras también muestran una amplia variedad de emociones. Pueden mostrar optimismo tras ser rescatadas de una situación de descuido y destacarse en el aprendizaje y la memorización de tareas nuevas. Se comunican con los humanos mediante el contacto visual, una estrategia que comparten con perros y caballos.

Los cerdos entienden el tiempo, tienen aprendizaje y memoria espacial, pueden comprender la perspectiva del otro. Son incluso más inteligentes que perros y gatos, y son capaces de resolver problemas con mayor rapidez que muchos primates. Sus habilidades cognitivas son comparadas con las de niños de tres años. También demuestran contagio emocional, un proceso documentado desde hace mucho tiempo en humanos por el cual los individuos reflejan y empatizan con las emociones de un compañero, tanto negativas como positivas. Las cerdas sufren estrés y frustración al ser encerradas en jaulas de maternidad.

Las vacas se afligen cuando las separan de sus terneros, muestran frustración, y demuestran satisfacción cuando consiguen hacer una tarea, independientemente de la recompensa recibida.

  • Aves

Algunas aves poseen una destreza excelente para realizar tareas que se creen que requieren un «nivel superior del pensamiento», como por ejemplo planear el futuro, manejar utensilios, contar y reconocerse en un espejo. Tales aves son capaces de cumplir esas tareas con un nivel de destreza equivalente o incluso superior a la capacidad de resolución de problemas de los primates, y eso pese a contar con un encéfalo varias veces más pequeño.

Ya en 2002 un equipo de la Universidad de Oxford quedó estupefacto al constatar que cierto cuervo de Nueva Caledonia era capaz de curvar un alambre para emplearlo como anzuelo de pesca. Diversas aves han hecho gala de habilidades muy avanzadas, como la capacidad de contar del loro gris africano (Psittacus erithacus) o la capacidad de las urracas para reconocer su propio reflejo. Los resultados de esta singular investigación fueron publicados durante el año 2012, en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

  • Peces

El grupo de animales que históricamente ha sido olvidado en los debates sobre la sintiencia y el sufrimiento, son los peces. Pero los peces son utilizados en enormes cantidades por los humanos como alimento, en experimentación y como mascotas. A nivel mundial, cada año se capturan hasta 3 billones de peces y hasta 160 mil millones se cultivan para consumo humano. Esto significa alrededor de 40 veces más animales que todos los animales de granja terrestres combinados (que es aproximadamente 74 mil millones), lo que supone un impacto devastador en el bienestar de los peces, en la integridad de sus poblaciones e incluso sobre el medio ambiente en general.

Comprender la capacidad de un pez para sentir dolor y sufrimiento es particularmente importante en relación con la forma en que son tratados en las piscifactorías y en las pesquerías de todo el mundo.

Los peces pueden aprender una gran variedad de cosas, como realizar ciertas tareas, memorizar trayectos y dónde encontrar la comida. Pueden recordar información sobre otros peces del grupo, como por ejemplo qué peces se desempeñan mejor en las peleas, qué peces son de confianza y cuáles son malos cooperadores. También pueden recordar experiencias negativas y aprender a evitar los objetos perjudiciales que les causaron dolor y miedo en el pasado. Estigmatizados por la entrañable e icónica figura de Dori, los peces se ven abocados a la consideración de olvidadizos e ingenuos, pero la evidencia científica los sitúa en otro contexto bien diferente, con el reconocimiento de una memoria que puede perdurar incluso durante varios años.

Victoria Braithwaite, una de las académicas destacadas en este campo afirma que: «hay tanta evidencia de que los peces sienten dolor y sufrimiento como en el caso de los pájaros y mamíferos, y más de la que hay para los humanos recién nacidos y los bebés prematuros». También hay una sólida evidencia de que los peces sienten emociones y tienen pensamientos internos.

  • Reptiles

En los últimos años se ha producido un drástico avance en el conocimiento sobre la complejidad social y cognitiva de los reptiles. La literatura más reciente pone de manifiesto que este grupo de animales presenta los mecanismos fisiológicos y neuoroanatómicos para cuantificar no sólo el estrés, sino sentir las emociones de igual manera que ocurre en los vertebrados superiores. Estos hallazgos obligan a replantearse la necesidad de atender adecuadamente las condiciones ambientales en las que se encuentran, especialmente los reptiles en cautividad.

En su artículo «The emotional lives of reptiles: stress and welfare [La vida emocional de los reptiles: estrés y bienestar]» el biólogo Marc Bekoff (2013) nos cuenta, entre otras cosas, lo siguiente: «Los reptiles son un tipo evolucionado de vertebrados, que son utilizados en diferentes tipos de investigación, algunos de los cuales pueden resultar dañinos para su propio bienestar psicológico. Algunos reptiles muestran una conducta paterna muy compleja, y también se les ha observado jugando entre ellos. Gordon Burghardt —de la Universidad de Tenessee — y algunos de sus colegas, están entre los primeros «investigadores» que se han dedicado al estudio de la conducta y el bienestar de los reptiles, cuyos artículos publicados, y las referencias citadas en ellos, proporcionan una amplia base de datos para todos aquellos que quieran conocer más acerca de estos fascinantes e infravalorados animales».

  • Anfibios

Como en el resto de los vertebrados, a nivel científico se considera que los anfibios son seres sintientes. Los resultados de Lambert, Ewin y D’Cruze muestran que en la literatura científica se asume que los anfibios son capaces de experimentar estados afectivos como el dolor o el miedo.

La comercialización de animales no humanos puede ir asociada a focos de sufrimiento que emergen no solamente del proceso comercial sino también de las restricciones que puede imponer la cautividad. Los anfibios se han convertido en una «mascota exótica» popular alrededor del mundo. De hecho, el comercio internacional de «mascotas exóticas» es
responsable de la compraventa de millones de anfibios cada año (Harrington et al., 2021). Estimaciones recientes sugieren que alrededor de 1200 especies de anfibios forman parte del comercio internacional, lo que representa el 17% de todas las especies conocidas de anfibios del planeta (Hughes et al., 2021). Además, los anfibios también son explotados para
investigación biomédica, medicina tradicional y consumo (Gerson, 2021; Hughes et al., 2021; Little et al., 2021). El comercio de anfibios se encuentra sujeto a mercados legales e ilegales y está asociado a potenciales problemas como la presión sobre poblaciones que viven en la naturaleza (Harrington et al., 2021; Hughes et al., 2021) o a la difusión de especies alóctonas y de enfermedades infecciosas (Can et al., 2019; O’Hanlon et al., 2018).

Sintiencia en invertebrados

El estudio de la sintiencia en invertebrados resulta relevante desde una perspectiva ética y legal. Parece pertinente insistir en que la sintiencia merece una consideración moral, que cimiente los modelos relacionales que establecemos con los otros animales de un modo que asegure su bienestar y les proteja del sufrimiento.

  • Cefalópodos

Los pulpos exteriorizan el dolor y la angustia, demuestran habilidades cognitivas complejas y son capaces de conectar experiencias perceptivas con la memoria y de retener recuerdos a largo plazo. También muestran una variedad de emociones a través de cambios en la coloración y en los patrones de su piel (aunque el significado de muchos de estos patrones todavía es especulativo) y demuestran un comportamiento de juego. Pueden aprender a abrir frascos para sacar cangrejos y a desarrollar y usar herramientas. Hay anécdotas de pulpos que diseñan escapes de acuarios, que rocían a los experimentadores con agua y que se comunican con los buzos a través del tacto y los gestos. También reconocen y distinguen entre individuos humanos y modifican su comportamiento en función de si les «gustan» las personas en particular. Las sepias, parientes cercanos de los pulpos, parecen tener sueño REM similar al de los humanos y han demostrado tener la capacidad de contar.

  • Decápodos

Si bien ha habido poca investigación acerca de los estados emocionales de los decápodos, incluidos los cangrejos y las langostas, existe evidencia de que sienten y son conscientes del dolor. Los cangrejos exhibieron los siguientes criterios de consciencia sensible al dolor: aprendizaje de evitación, compensaciones entre evitación del dolor y otros requisitos, respuesta a los analgésicos opioides y altas habilidades cognitivas. En un experimento, los cangrejos ermitaños con una concha de alta calidad resistieron niveles más altos de dolor (descargas eléctricas) para conservar la concha. Pero abandonaron las conchas de baja calidad. Esta compensación motivacional indica una conciencia de conocimiento del dolor y la capacidad de medir las consecuencias de experimentar un dolor continuo frente a perder su codiciado recurso protector.

La interpretación de la sintiencia

Aceptar la idea de sintiencia dentro de la comunidad científica constituye un desafío importante, pero el coste de no aceptar esta evidencia es inaceptable y puede determinarse por la vida de millones de animales (seres que piensan y sienten) que sufren a manos de los experimentadores que creen oportuno reconocer sus sentimientos y conciencia, sólo cuando es conveniente.

Con frecuencia, se considera que la sintiencia animal es un concepto complejo, poco definido, subjetivo y abstracto, que genera tantas preguntas como respuestas. Si se consultase a diferentes personas sobre su punto de vista respecto a la sintiencia animal, se obtendrían diferentes respuestas. Si se le pregunta al dueño de un perro o un gato si tienen sentimientos, seguramente narraría historias sobre cómo sus animales les consuelan o sobre cómo aprenden a realizar determinados trucos. El ganadero que trabaja estrechamente con sus animales describirá cómo a una vaca le gusta que le hagan cosquillas detrás de la oreja, y cómo otra es tímida y cautelosa. Pero también es posible encontrarse con personas que ven a los animales sólo en términos de valor monetario. Para estas personas, los animales no son seres vivos y sintientes, sino meros productos. Les resulta mucho más fácil ver a los animales de esta manera y mucho menos conveniente tener en consideración su capacidad de sufrir o su necesidad de experimentar emociones positivas tales como el placer.

La forma en que las personas perciben a los animales puede depender de la especie de que se trate, o de cómo son consideradas sus capacidades mentales (Knight, Nunkoosing y Vrij, 2003). Sin embargo, cuando se observa la manera en que tratamos a los animales criados para alimentación, experimentación o entretenimiento, se aprecia con claridad la importancia de estas perspectivas y su predominio.

Especismo

El término «especismo» hace alusión a una discriminación basada en la especie. La forma de especismo más común es el antropocentrismo, que es básicamente la creencia de que sólo los seres humanos tienen valor moral, o que nuestros intereses están por encima de los intereses de aquellos individuos que no sean humanos.

El especismo rechaza, por tanto, el valor inherente de los individuos pertenecientes a otras especies animales y solamente se les otorga un simple valor instrumental.

El término «especismo» (speciesism) apareció por primera vez en el año 1970 en un texto publicado por el psicólogo inglés Richard D. Ryder, titulado Experiments on Animals. En este artículo, el autor no definía el concepto o sus implicaciones éticas; sino que se limitaba a disertar acerca de la experimentación animal y el sufrimiento asociado a dichas prácticas. Desde 1986, el especismo está definido en el Diccionario de Oxford como «La asunción de superioridad humana que lleva a la explotación animal».

El vínculo entre animales humanos y no humanos

La particular historia del Ser humano, muy breve por cierto en términos histórico-temporales, está identificada por la estrecha vinculación con el resto de los animales de su entorno.

Ajenos al conocimiento que actualmente poseemos sobre la sintiencia de estos vecinos, también animales como nosotros, nuestros antepasados les confirieron la condición de recurso realmente valioso. Tal fue este valor otorgado, sin ningún tipo de atención éticamente preventiva sobre esta unilateral decisión, que se ha llegado a construir todo un complejo mundo social y económico sostenido en buena medida sobre estos seres vivos.

Este hecho nos resulta absolutamente familiar, puesto que forma parte del escenario normalizado con el que hemos vivido durante unas cuantas decenas de siglos, desde que el Ser humano es considerado como tal. Sin embargo, nosotros y nosotras somos los recientes invitados en este antiguo mundo hospedador, cuyo origen se remonta a varios miles de millones de años. Tal es así que actualmente nos encontramos conviviendo con animales que ya estaban presentes en esta nuestra casa, como históricos anfitriones desde muchos millones de años antes que nosotros. Con algunos de estos vecinos compartimos tantas similitudes que sólo cabría admirarnos por su innegable capacidad de supervivencia. Sin embargo, sin ni tan siguiera admitir que pudieran poseer un atisbo de «inteligencia de calidad» los convertimos, sin ningún tipo de reparo moral, en «objetos» cotidianos y codiciados para nuestro disfrute, alimentación y experimentación.

Esta vinculación con los animales, en muchos de los casos expresada en forma de aprovechamiento no consentido e incluso innecesario, forma parte de nuestra historia. Se puede decir que los primeros homínidos eran cazadores, que se valían de su mayor destreza con las manos y del bipedismo finalmente adquirido. Su afán era la obtención de carne, que
fue precisamente la que propició un cambio decisivo a nivel cerebral, llegando a aumentar su volumen significativamente, hasta el punto de conseguir un crecimiento del 30% de capacidad encefálica en tan sólo medio millón de años.

Este aprovechamiento, y en no pocos casos explotación, de nuestros anfitriones animales nos ha acompañado durante todo el proceso evolutivo. A medida que avanzamos en el tiempo hemos ido progresando de forma inversamente proporcional respecto al adecuado tratamiento que debiéramos darles. De esta manera hemos pasado de ser cazadores (y recolectores) por necesidad a explotadores por afición; y todo en un brevísimo plazo de tiempo que se podría contar con unas pocas decenas de miles de años, es decir una fracción de lo que supone el espacio temporal en el que la vida está presente en este nuestro (de todos los animales y vegetales) planeta.

En este tránsito a lo largo del tiempo han ido surgiendo inquietudes respecto a la forma en que nos relacionamos con el resto de los animales. Estas inquietudes se han materializado en manifiestos, reivindicaciones, movilizaciones e incluso regulaciones. Determinados momentos históricos han supuesto un punto de referencia en cuanto a la materialización de cambios en este sentido. Algunos de estos momentos resultan especialmente relevantes, aunque su significación no haya trascendido a la sociedad actual, quizá por la simple necesidad de seguir manteniendo una inercia de inobservancia y carencia de autorreflexión respecto al irracional modelo socioeconómico en el que nos cobijamos.

Un acontecimiento que merece un cierto reconocimiento por la trascendencia que en su momento tuvo y que supuso un referente en esta necesidad de reflexión sobre la particular interacción que mantenemos con los animales, fue durante el siglo XVI cuando en el contexto de la caza, que en ese momento concreto transitaba hacia una actividad mucho más eficiente gracias a la incorporación de un nuevo instrumento letal, el arcabuz, ésta se vio frenada en su intento de aprovecharse de este sofisticado recurso. La incorporación de este arma al escenario civil se entendió en el ámbito cinegético como una ventaja desmedida para el cazador, hasta el punto de llegar a prohibirse su uso para el desarrollo de esta práctica, a través de la Pragmática de 1611, que recogía los antecedentes de Carlos I en 1552. Finalmente, esta restricción fue derogada poco tiempo después por Felipe III por varios motivos entre los que se encontraba, sorprendentemente, la seguridad. Este destello de coherencia evidenció en su momento una cierta conciencia atemporal y multi-
dimensional, ya casi relicta en la actualidad.

Sin embargo, para lamento de muchos y muchas, y completamente al margen de estos acontecimientos que han quedado en el olvido por su condición de puramente anecdóticos, hemos seguido transitando por el devenir de nuestra dominante existencia, sin que realmente se estén considerando las evidencias científicas ni, por lo tanto, realizando esfuerzos para adaptar nuestras acciones al obligado tratamiento que estos compañeros de planeta se merecen.

Interacción entre animales humanos y no humanos

En la actualidad, aun teniendo abundantes evidencias científicas, seguimos manteniendo un sistema de «gestión» sobre otros seres vivos que, si bien no se apoya sobre ningún soporte ético mínimamente sólido, parece imparable dentro de este frenesí cotidiano en el que nos encontramos inmersas.

De hecho, la cantidad de animales que son sacrificados anualmente para abastecer nuestras demandas, tanto alimenticias como investigadoras, ornamentales y recreativas, se puede expresar en miles de millones de ejemplares. Y la forma en que este sacrificio es consumado conlleva en numerosas ocasiones el sometimiento innecesario a situaciones de incomodidad, sufrimiento e incluso dolor, siendo aceptado socialmente con una injustificable indiferencia.

El destino de estos animales es variado, y en muchas ocasiones no es precisamente la muerte el peor que se pudiera esperar para ellos. La cría y muerte de animales para la producción de ciertos tipos de alimentos es el más habitual, pero los animales son también matados para producir ropa, como entretenimiento, para exhibición, para elaboración de comida para otros animales, para ser usados como fuerza de trabajo o como herramientas (incluyendo su uso como herramientas de laboratorio), e incluso como diversión.

Fuente: Revista OTWO nº 45 del mes de abril de 2023.

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